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Los meniscos son dos láminas de fibrocartílago que se ubican sobre la tibia. Uno tiene forma de U y se ubica en la parte externa, el otro en el interior de la rodilla tiene la forma de una C. Los meniscos son amortiguadores que, además, dan estabilidad a la rodilla.

Por su ubicación, los meniscos cumplen una función importante en la protección de las rodillas. Al formar una junta entre la tibia y el fémur, ayudan a distribuir las fuerzas que se transmiten a través de la articulación. Su composición cartilaginosa, además, permite que las superficies se deslicen entre sí. Sin los meniscos, la articulación de la rodilla quedaría desprotegida de las fuerzas que ejerce el movimiento sobre ellas.

Debemos tener en cuenta que caminar carga hasta dos veces el peso corporal en la articulación y correr unas ocho veces. A medida que la rodilla se dobla, la parte posterior del menisco recibe la mayor parte de la presión.

Las lesiones de menisco no afectan a un grupo de edad específico. Los desgarros en el menisco en pacientes menores de 30 años generalmente ocurren como resultado de una lesión por torsión bastante fuerte. En el grupo de edad más joven, es más probable que los desgarros meniscales sean causados por una actividad deportiva. En estos casos lo más común es hablar de una rotura de menisco  tanto parcial como compleja, así como en pico de loro, longitudinal o en asa de cubo.

Con el paso de los años los meniscos pierden fuerza en los tejidos que los componen. Esto hace que las personas mayores sean susceptibles de sufrir un desgarro de menisco ante lesiones menores. Los desgarros degenerativos hacen que los meniscos se “deshilachen” y se desgarren en muchas direcciones.

Síntomas de una lesión de meniscos

Un desgarro agudo de menisco generalmente ocurre cuando la rodilla se dobla, se comprime y luego se tuerce con fuerza. Hay muchos tipos diferentes de desgarros y todos pueden diferir en severidad. Los más graves pueden provocar un chasquido o bloqueo de la rodilla y un rango restringido de movimiento y función.

Por lo general, el dolor en el borde de la articulación de la rodilla es el primer llamado de atención. En ocasiones el dolor es más difuso y se extiende a toda la articulación. Por eso es importante no solo el examen físico sino también conocer la historia clínica y actividades del paciente.

Otro síntoma a tener en cuenta es la inflación derivada de un derrame articular. Una lesión intra-articular propicia la acumulación de líquido sinovial. Este líquido, que forma parte de la articulación como lubricante y amortiguador, se acumula en el interior de la articulación llegando a imposibilitar el movimiento de flexión.

La articulación de la rodilla también puede bloquearse si el desgarro es lo suficientemente grande. El bloqueo se refiere a la incapacidad de enderezar completamente la rodilla. Esto puede suceder cuando un fragmento del menisco se desprende y queda atrapado.

Para el correcto diagnóstico el médico intentará determinar dónde se encuentra el dolor, si ha tenido algún bloqueo y si tiene algún clic o chasquido con el movimiento de la rodilla. Si bien se pueden utilizar pruebas de imágenes, lo cierto es que una radiografía ayuda a descartar otro tipo de lesiones. La resonancia magnética, en cambio, permite ver los tejidos blandos. Por lo general, esta prueba se realiza para buscar lesiones como desgarros en los meniscos o ligamentos de la rodilla.

Recuperación en las lesiones de menisco

La recuperación de una lesión de menisco dependerá, en gran parte, de la gravedad de la lesión. En algunos casos la persona lesionada debe pasar por un proceso quirúrgico para después poder agregar otro tipo de terapias a su recuperación. Este es el caso de las roturas de menisco que suelen operarse para después pasar a un proceso de recuperación osteopático. Dentro de los tratamientos no quirúrgicos para los bloqueos de meniscos se encuentran las terapias físicas.

Uno de los objetivos del tratamiento osteopático es disminuir la inflación y, de esta manera, también el dolor. Esto se consigue a través de una terapia que trabaja sobre los tejidos blandos. Una práctica muy común es aplicar frío para controlar el dolor e inflamación.

También el profesional puede decantarse por la punción seca para aliviar los espasmos musculares alrededor de la rodilla.

Una vez llegado el punto en el que la rodilla ya no está bloqueada por la inflamación se pueden hacer ejercicios para aumentar el rango de movimiento y fortalecer los músculos de apoyo alrededor de la rodilla y la cadera. Estos se agregan de forma gradual dependiendo del ritmo de recuperación y respuesta de la rodilla. Además, el osteópata puede optar por un programa de equilibrio para mejorar la función y la estabilidad.